Les comparto este artículo que publiqué en la Revista Satena, sobre la chef Diana García ...
Cocina delicioso y, aunque suele ser un poco seria, sonríe fácilmente. Es reconocida por su “Posta Negra”, por estar comprometida con su oficio y por ser una convencida de que la vida es para disfrutarla. Trabaja mucho pero no exagera, siempre está dispuesta a experimentar nuevos sabores y a todo le imprime amor. Así es esta hija de Montería que ha logrado conquistar los paladares capitalinos con su sabor caribe.
Por: Katherine Moreno Sarmiento.
En la casa de Diana García siempre se ha comido bien. Cuando era niña, su mamá se esforzaba por cocinar algo especial cada noche. Se valía de las recetas que encontraba en las revistas y de un poco de imaginación para que sus hijos y su esposo sintieran que asistían a una gran cena. Le gustaba experimentar, combinar y presentar sus platos lo mejor posible para reconfortar a sus seres queridos con una verdadera fiesta de sabores.
Diana la recuerda moviéndose con ritmo, ilusionada por inventarse algo nuevo, radiante con la respuesta de su familia ante sus platos. Aún no ha olvidado lo maravilloso que era comer en la casa materna en Montería o donde su abuela o sus tías.
Y como la comida siempre ha tenido un papel protagónico en su familia, ella misma, después de meditarlo mucho, decidió un día cambiar el rumbo y convertirse en una profesional en el asunto.
Cuando era niña, su mamá se esforzaba por cocinar algo especial cada noche. Se valía de las recetas que encontraba en las revistas y de un poco de imaginación para que sus hijos y su esposo sintieran que asistían a una gran cena. Le gustaba experimentar, combinar y presentar sus platos lo mejor posible para reconfortar a sus seres queridos con una verdadera fiesta de sabores.
Encontrar el camino
Al principio resolvió estudiar Administración de Empresas en la Universidad de los Andes, pero el impulso le duró dos años. No se sentía cómoda, no lograba encontrarle el gusto, no podía imaginarse trabajando sólo con números. Así que le explicó a su papá que su corazón se llenaba de energía cuando entraba a la cocina.
Después de haber estudiado en el Culinary Institute of America –de Nueva York–, hacer felices a las personas por medio de la buena comida se convirtió en su meta principal. Quienes la conocen, aseguran que lo ha logrado con creces.
Trabajó sin descanso en el Hilton de Bogotá y en el delikatessen La Terrine y hoy se siente satisfecha por tener su propio negocio. En su mente estuvo rondando durante años la idea de tener un rinconcito donde pudiera no sólo preparar esos platos que aprendió de su herencia familiar, sino donde lograra cocinar aquellos que conquistaron su paladar mientras estudiaba en el extranjero.
Hoy, su sitio Diana García, chef en movimiento, funciona bajo sus propias reglas: No trabajar de sol a sol, tener tiempo para su familia, para atender eventos o cenas especiales y para disponer de sus fines de semana; es decir, trabajar en su arte pero sin matarse. Y bajo esas premisas nació un lugar íntimo, sin muchas pretensiones, capaz de combinar la calidez del hogar con la excelencia de un restaurante de primera calidad.
Este restaurante, pequeño y ubicado en la Zona G de la capital, en el sector financiero, abierta para desayunar, almorzar y tomar algo en la tarde, cada día gana más y más comensales agradecidos porque sus manjares les recordaron sabores de antaño, los invitaron a recorrer el mundo, los transportaron a otras épocas, les enseñaron algo nuevo de la comida costeña o, simplemente, porque les alegraron el día.
Calificado como uno de los mejores de Bogotá, Diana García, chef en movimiento, se da el lujo de permanecer cerrado en las noches y los fines de semana. Sus clientes le han sugerido una y otra vez que lo abra más horas, que le sume unas mesas, que les permita estar mucho más tiempo en ese lugar que les recuerda el hogar, pero ella sonríe y se niega a hacerlo.
Y es que gracias a que su restaurante está abierto sólo en unas horas específicas, ella puede participar en otros proyectos que también la alimentan profesionalmente y sobre todo, le permiten aportar un granito de arena al fortalecimiento del tema gastronómico en el país.
Tiempo para todo
Dos de ellos son Sabor Barranquilla y el libro En su mesa, cinco chefs colombianas. El primero es una cita obligada. En sus cuatro versiones ha asistido como invitada y en esta oportunidad fue jurado del Concurso de Cocina. Por eso dice con tono burlón que ya se siente parte del inventario. No se lo pierde por una sencilla razón, este festival gastronómico, que se perfila como uno de los más interesantes que se llevan a cabo en Colombia, ha logrado promover y resaltar de manera certera los valores culinarios de su región caribe y, de paso, ha conseguido apoyar a los jóvenes talentos que se interesan por el rescate del patrimonio culinario colombiano.
El segundo proyecto, el libro En su mesa, fue una aventura en la que participó con Anita Botero, Catalina Vélez, Leonor Espinosa y Juanita Umaña, chefs que como ella comparten el deseo de trabajar para que el arte culinario nacional brille en todas las esferas. A él llegó gracias a la invitación que le hizo la editora María Lía Neira, quien decidió darle vida a una publicación que recogiera ingredientes y sabores representativos de la cultura colombiana en recetas sencillas, fáciles de preparar a diario en casa pero que tuvieran el toque que sólo un chef sabe ponerle. El libro fue elegido como el “Mejor del Mundo” en la categoría Mujeres Chefs durante la Feria Internacional de Libros de Cocina realizada en París, en la cual compitieron ocho mil publicaciones de unos 136 países. Un éxito que ella atribuye a una fotografía impecable, y a la honestidad con que cada chef expuso sus prácticas culinarias.
El secreto
Para Diana no hay ninguna duda de que el “verdadero secreto de la buena cocina”, el ingrediente invisible que le da a la comida un sabor distinto, un brillo especial, un aroma único, es “Hacer cada cosa con amor”. Y lo dice con esa cadencia costeña tan contagiosa que a veces suena muy seria pero que la mayoría de las veces es suave y dulce como sus postres. Ella asegura que esta premisa la aprendió de su abuela, de su mamá y de sus tías, y que la sigue confirmando con cada una las mujeres que se dedican a la cocina de manera tradicional. Es el amor el que prende el bombillo de la creación y el que permite que el resultado final se vuelva un recuerdo inolvidable.
Entonces, trae a cuento su Posta Negra “a la monteriana”, que un día decidió hacer en su restaurante sólo por probar, por antojo, por recordar esos sabores que tanto extrañaba de su hogar y le metió tanto empeño y tanto amor, que quienes la probaron regresaron a comerla de nuevo y regaron el chisme. Actualmente es el plato que más nombre le ha dado a Diana García en la fría Bogotá, es el que piden una y otra vez, y el que no puede faltar en el menú.
Entre sonrisas, dice que jamás pensó que la “Posta” fuera a gustar tanto, “en realidad no tiene nada de especial”, pero los críticos la califican como una “exquisitez”, como la clara muestra de su experticia y su arte, a la hora de recrear la cocina del Caribe colombiano.
Diana García se siente satisfecha y agradecida. Su local brilla entre la inmensa oferta capitalina; la ciudad, que para muchos es difícil y cerrada, la acogió sin problema y la ha catapultado hacia el éxito; su familia la apoya y sus empleados se han convertido también en parte de ella, así que entre todos aportan para que el negocio progrese. Además, su paso por la carrera de Administración de Empresas le ha servido para tener claras las cuentas, y su amor por la cocina sigue intacto.
¿Qué le hace falta? Sus ojos brillan y después de pensarlo un poco, responde que si tuviera que elegir algo, sería seguir viajando y probando, porque uno de sus mayores placeres es darse la oportunidad de experimentar nuevos y extraños sabores que le revelen culturas distintas a la suya. “Siempre trato de probar”, asegura enfáticamente. Una filosofía por la que su título de “Chef en movimiento” le viene como anillo al dedo.