Azakhel, Pakistan. Photograph by Mohammad Sajjad / AP. Niño paquistaní desplazado y enfermo.
martes, 4 de enero de 2011
Para no olvidar
La revista Time eligió las imágenes más sorprendentes que marcaron el 2010. Imágenes que muchos seguramente ya no recuerdan, pero que para otros quedaron grabadas en la retina. El derrame de crudo en el Golfo de México, el terremoto que destruyó Haití, la interminable guerra, los niños enfermos en los todos continentes, Afganistán, las tropas norteamericanas, la fuerza arrasadora de la naturaleza (lluvias, sequías, volcanes en erupción), Barack Obama, las fronteras y hasta una cornada en medio de una corrida de toros, la lista es larga y el resultado vale la pena verlo, con los propios ojos.
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domingo, 2 de enero de 2011
Relato de un viajero
Si hubo una noticia que me llamara la atención el año anterior, fue la publicación de La Selva y la Lluvia, del escritor chocoano Arnoldo Palacios. Aunque el libro fue publicado por primera vez en 1957 en la lejana Rusia y como era de esperarse, ningún diario colombiano lo reseñó ni habló de él en aquella época, sí encontró público y aplausos en Europa. Hubo que esperar más de cincuenta años para que finalmente la novela llegara a las librerías del país, pero llegó, bajo el sello de Editorial Planeta. ¿Qué guardan sus páginas? Un interesante recorrido por los años de la República Liberal (1930-1946) que termina en los meses que siguieron al histórico 9 de abril de 1948. Pocos saben quién es Arnoldo Palacios. Este perfil, que publiqué a principios de 2010 para la Revista Ébano Latinoamérica, es un excusa para conocer la historia de este maestro de la escritura.
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Foto Ministerio de Cultura. |
Es un viajero incansable porque no ha encontrado en el camino ningún obstáculo que se lo impida. O sí, muchos, pero él ha sabido esquivarlos. Cuando era niño, fue víctima de una poliomielitis que lo obligó a quedarse quieto y aún así asegura que le encanta caminar. Lo hace con dificultad, acompañado de dos bastones, uno a cada lado, y con ellos ha recorrido el mundo. Italia, Inglaterra, Estados Unidos, Escocia, Portugal, Rusia, África.
La cuenta es extensa. Su pasaporte de francés se lo ha permitido. Consiguió la nacionalidad porque un día, después de publicar su primera novela, en 1949, se ganó una beca que lo llevó hasta la Universidad de La Sorbona, en París, en un barco polaco que zarpó de Cartagena y desembarcó en Cannes. Lo demás es historia. Europa lo acogió y a Colombia sólo regresa de visita por cortas temporadas.
“No tengo mis libros aquí, no tengo mis papeles, me hace falta todo eso, es que 60 años es mucho”, dice, y explica que su domicilio está en Normandía, cerca de París, en un pueblo llamado Honfleur, donde es posible disfrutar de verdes campos y ver pastar enormes vacas lecheras, y en el que además, tiene de vecina la que fuera la casa del poeta Charles Baudelaire.
Aclara, antes de preguntárselo, que no se siente francés. “Es mucha pretensión creerlo, pero esos papeles son importantísimos, ya no soy más indocumentado”. Recuerda que cuando le dieron la nacionalidad le preguntaron cómo se iba a llamar. “Y me sorprendieron, qué tal yo, a esta edad, con otro nombre, cómo oigo cuando me llamen, no, les dije que me dejaran el mismo”. Antes de soltar una carcajada, dice con la frente arrugada y en tono serio: “Yo no he cambiado, he hecho un esfuerzo por mantenerme, por ser yo”. La formalidad le dura tres segundos. Vuelve a la anécdota, repite lo increíble que le pareció la idea de ser otro y luego ríe por lo absurdo de la situación.
Arnoldo Palacios ríe todo el tiempo. Ríe por cualquier cosa, un recuerdo, un juego de palabras, un relato… Su buen humor ha sido su compañero inseparable y es sin duda esta característica la que lo hace ver tan joven a los 85 años.
Estudioso de las lenguas clásicas y de la literatura universal, se ganó la vida como periodista e investigador y se convirtió, con el tiempo, en un pensador que desde el otro lado del mundo continúa reflexionando con el mismo ahínco sobre su pueblo. Su alma de revolucionario permanece intacta.
“Un escritor tiene que estar al servicio de la humanidad y de su gente, de su clase. Yo no tengo por qué defender los intereses de la oligarquía, yo no pertenezco a eso. Siempre he sido en el fondo, un rebelde”. El tono de su voz pausado se hace enfático, profundo.
Recuerda que en 1950, cuando fue invitado a Varsovia al Congreso de la Paz como vocero de Colombia, su discurso le costó la beca. Siempre ha sido igual. Cuando publicó Las estrellas son negras, el libro no pasó desapercibido. Primero porque se quemó en su totalidad. El manuscrito original y la copia en limpio, ardieron en la época del Bogotazo y Palacios no tuvo más remedio que reconstruirlo, volverlo a escribir a partir del recuerdo.
Esa primera novela relató la vida de Irra en cuatro capítulos: “Hambre” “Ira” “Nive” y “Luz interior”. Allí, habló sin miramientos de ser negro, de la pobreza, el abandono, la falta de oportunidades, la rabia…
“Irra tenía una vaga idea de lo que llamaban re-vo-lu-ción... El Gobierno era malo. Gobierno en las manos de los ricos que no sabían cómo era aguantar hambre…”
En una charla que ofreció en junio 1998 para el Taller de Escritores de la Universidad Central, dijo: “La novela, entonces, ocurre en Quibdó, tal vez, en un kilómetro cuadrado, un kilómetro y medio cuadrado, y en un tiempo de pocas horas. La novela comienza, más o menos, a las tres de la tarde y se termina al día siguiente a las seis de la mañana. Había que meter, poner, todo el argumento, todo lo que ocurre en la novela, en ese espacio, y en ese corto tiempo”.
Cuando empezó a circular por las calles bogotanas, el texto llamó la atención por su honestidad. José María Restrepo Millán, rector del Externado Nacional Camilo Torres y quien fuera su maestro, lo elogió en el suplemento literario del diario El Tiempo. Otros la criticaron duramente, hablaron de resentimiento racial, falta de técnica, ausencia de fuerza en el personaje principal, pero en realidad la novela le permitió a Palacios presentarse a una beca, que luego lo envió a estudiar al exterior y lo llevó a ser reconocido como una pieza clave en el fenómeno de escritores que le apostaron a la reivindicación de lo social y de lo negroafricano.
Para muchos, sin embargo, Las estrellas son negras es una obra que pasó desapercibida y todavía son pocos los que han tenido la oportunidad de llegar a ella o al trabajo de Palacios, entre el que sobresale La selva y la lluvia, libro publicado en 1958 en Moscú y que aún no ha llegado a Colombia.
En este 2009, está listo para presentarle a su patria: Buscando la madrededios. Una biografía en la que ha invertido tiempo valioso y donde él es un personaje principal, lo que le permite hablar sobre temas álgidos de la sociedad, la filosofía, la vida. “Ese libro es la historia mía, de mí Chocó…necesitaba publicarlo, entregárselo a Colombia, al mundo”. Lo hará durante la Feria del Libro del Pacífico, que se realiza en la ciudad de Cali. Allí será presentado, gracias al apoyo del Ministerio de Cultura y la Universidad del Valle.
Con lo ojos brillantes y un tinto frío a su lado, Palacios asegura que el ejercicio de escribir es como una misión. “No hay más remedio”, dice y sentencia que su deber es escribir bien y no cansarse, creer que es posible apostarle al arte, tener la confianza suficiente de que eso le va a llegar a alguien. “La obra tomará su camino”, porque finalmente, cada creación también está en el ejercicio de “buscar su madrededios”, de encontrar un público, de mantenerse en el papel a pesar del paso del tiempo.
“Un libro no se acaba nunca, uno no termina de hacerlo. Con éste, por ejemplo, todavía me falta la dedicatoria”. Mientras medita qué escribir en ella, dice con una sonrisa en los labios y con sus grandes ojos saltones brillando, que cuando le dieron la Cruz de Boyacá, el Ministro de Cultura de la época, Ramiro Osorio, sentenció que el libro –Las estrellas son negras– deberían leerlo millones de colombianos. Ahora, cuando está listo para presentar su nueva obra, dice que ojalá esta vez esas palabras se cumplan.
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